sábado, 2 de noviembre de 2013

La meditación cristiana



La meditación es una actividad mental que se centra en y examina con detalles los asuntos particulares del pensamiento. Es la forma más sublime y exaltada de nuestros pensamientos. Según el Diccionario de la Lengua, meditar es “someter a la reflexión; examen interior". Es también una actividad espiritual. Como tal, es la forma más sublime y exaltada de la oración y adoración. Es sobre este aspecto de la meditación que centro mi reflexión.

Con respecto a la meditación como ejercicio espiritual, mi hija, la profesora Alba Llanes, escribe:

“La postura bíblica en relación con la meditación contrasta con posiciones filosóficas, religiosas y psicológicas relacionadas con la meditación como ejercicio espiritual o psíquico, o como actividad introspectiva tanto de conocimiento propio o de la Deidad. Dichas posiciones se remiten, en forma general, a grandes sistemas de pensamiento: el misticismo y la psicología.

"En relación con el misticismo, la meditación adquiere diferentes significados. En el marco del misticismo oriental referido a la mística de las religiones orientales como el budismo, el hinduismo y afines, encontramos un término que, en nuestros días, se ha popularizado gracias a la propaganda de la Nueva Era: “La Meditación Trascendental”. Desde una perspectiva panteísta, el sistema místico oriental, sostiene que mediante esta actividad espiritual podemos llegar a comunicaros con la Mente Universal de la cual somos partes (ya que todo es mente, o Dios, o como quiera llamársele) y llegar a la perfecta unidad con ella en una disolución de nuestra personalidad individual mediante el arribo al estado del Nirvana.

"En otras formas del misticismo (musulmán, judío, cristiano) la meditación forma parte de los ejercicios que llevan al alma a unirse con Dios. Aunque en estos sistemas no son panteístas en sí, porque hacen una diferencia entre Dios y sus criaturas, en el fondo subyace una corriente pseudopanteística que lleva al concepto de la unión mística del alma con su creador. La meditación en estos sistemas y, sobre todo, en la mística cristiana, responde a un concepto que, proveniente de la filosofía griega (aunque con fuertes orígenes orientales), penetró el cristianismo a través de San Agustín: “conócete a ti mismo”. De acuerdo con esta postura, debido a que en el interior de cada hombre hay una chispa divina, o Dios habita en el interior de cada hombre, la mejor forma de conocer a Dios es conociéndose a sí mismo. Esto quiere decir: penetrar introspectivamente en nuestro interior para hallar allí a Dios. La pauta de conocimiento es enteramente subjetiva, no depende, en última instancia, de la revelación natural y/o escritural, sino de la revelación de Dios en nuestro interior. Concretamente, en el marco del catolicismo-romano la actividad mística está pautada pues ninguna conclusión subjetiva puede ir en contra de los dogmas establecidos, pero fuera de ello, existe un margen muy amplio para caer en especulaciones que se alejan de la verdad revelada.

"La introspección o auto análisis ha sido un método característico de determinadas ramas de la Psicología Experimental, aún antes de que Freud lo “canonizara”. De acuerdo con la postura -materialista o espiritualista- que uno sostenga, el auto análisis estará encaminado, bien a conocernos a nosotros mismos o a conocer a Dios o al mundo espiritual a través de nuestra interioridad. En esta última postura, introspección sicológicas, formas místicas de meditación y similares, se unen para conformar terapias de la Sicología Transpersonal. En el ámbito psicológico, un término se maneja: “el descenso a los infiernos”. Esto significa que ya sea para conocernos a nosotros mismos, o para conocer a Dios o, aún para lograr la trascendencia personal en un concepto místico, es necesario descender a los “abismos del alma”, a atravesar el “infierno” de nuestro inconsciente, para encontrar a nuestro verdadero YO, que puede ser Dios”.

Si usted hace una comparación entre lo que la Biblia dice y los postulados de estos pseudo-sicólogos o pseudo-científicos, se dará cuenta cuánto ha trabajado Satanás para robar y patentizar como suyos algunos de los postulados bíblicos y, en otros casos, cómo la mentira que enarbolan marchan paralelamente a la verdad, sin mezclarse con ella, pero eclipsándola. Esta realidad ha hecho que algunos cristianos rechacen de plano todo lo que concierne a la ciencia sicológica o antropológica, porque al tratar de aspectos de la personalidad tales como la mente, la conciencia, los afectos, con todas sus capacidades, piensan que estas cuestiones son creación de Satanás pero desconocen que lo que ha hecho Satanás es utilizar lo creado por Dios, lo bueno creado por Dios para darle mal uso. De esta forma Satanás logra su objetivo: que el cristiano no se interese ni conozca qué es el ser humano, cuál es su naturaleza espiritual y física. Es que Satanás sabe que cuando el hombre desconoce que Dios es el creador de su cuerpo, pero también de una mente capaz de conocerle, entenderle y creerle (Isa. 43:10), entonces ese hombre podrá ser fácilmente manipulado. Aún más, ese ser humano no podrá resolver sus problemas espirituales y entrar en una nueva relación, no antes experimentada, con su Dios.

Como ya vimos anteriormente, la gran mentira de Satanás es la llamada “meditación trascendental”, propugnada por los promotores del movimiento de la Nueva Era. La “meditación trascendental” es una burda imitación de la meditación bíblica y espiritual. Es una vereda que aparta del camino para encontrarse con otra cosa menos con Dios. Es una “aspirina” para curar un cáncer. Porque el Diablo hace creer a estas gentes incautas y sin Dios que la práctica de la meditación trascendental” va a producir los mismos efectos que la meditación espiritual y cristiana establecida dentro de los parámetros establecidos por Dios, o sea encontrarse ellos mismos y encontrar a Dios dentro de ellos. La frustración viene cuando no encuentran nada porque Dios no está en ellos, que es todo lo contrario a lo que pasa con el hijo de Dios en el cual sí mora el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿En qué difiere sustancialmente la “meditación trascendental” de la meditación bíblica y espiritual? En que mientras por medio de la “meditación trascendental” ellos buscan dentro de sí a Dios y en su búsqueda nada encuentra porque Él no está, en el caso del cristiano no tiene que buscarlo porque lo tiene ya. Mientras que la “meditación trascendental” trata de buscar el contacto con la Mente Universal y nunca llegan a alcanzarla; esa Mente, Dios nos ha dado “su mente” para que pensemos y meditemos en Él (1 Co. 2:10-16). Mientras que por medio de la “meditación trascendental” ellos tratan de buscar la armonía con el Universo y tal parece que todo el Universo se rebela contra esa práctica; nuestra armonía interna vino por medio de Jesucristo, quien nos reconcilió con el Dios del Universo. Aunque llegase a trascender su meditación no encontrarán a Dios, porque a Dios se encuentra por un solo medio: Jesús. Mientras que ellos excluyen a Jesucristo de sus prácticas, le tienen aversión a la Iglesia, rechazan el evangelio; el diablo hace de las suyas engañándolos y tratando de hacer el papel de Dios (aspiración a la cual nunca ha renunciado) sumiéndolos en una serie de experiencias extrasensoriales y paranormales produciendo una atadura de carácter espiritual que solamente Jesucristo puede desatar. Y por último, mientras que por medio de la “meditación trascendental” el hombre trata de llegar a alcanzar un grado de divinidad para ponerse a la altura de ella, en la meditación cristiana es Dios el que viene a visitarnos y comparte nuestra humanidad para dar soluciones concretas.

Otras de las tácticas de Satanás es utilizar ciertos términos que son netamente bíblicos y verdades bíblicas mezcladas con el error para producir un sentimiento de temor a ser confundidos con los hechiceros, parasicólogos, etc. y con perjuicio hacia todo incluyendo la verdad. Sin embargo, pienso que esta es una postura cobarde ante el desafío de Satanás. Nosotros sabemos que muchas verdades divinas han sido degeneradas por el hombre sin Dios y a veces en el Nombre de Dios. Otras verdades han sido sincretizadas con principios filosóficos diabólicos, pero es a nosotros a quien se les plantea el desafío, primero de rescatar la verdad de Dios de adentro de la maraña de mentiras que Satanás ha entretejido para confusión y perdición de muchos y segundo, hacer relucir la verdad pura sin mezclas ni aditivos para beneficio de todos aquellos desean realmente encontrar el camino de la paz, la felicidad y la estabilidad y equilibrio físico y espiritual.

Por esta causa, y sin temor, queremos dejar bien claro LA VERDAD DE DIOS, porque nosotros, los cristianos que de verdad amamos a Dios “aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo. (2 Cor. 10:3-5). Y si para esto se hace necesario ir hasta las fronteras de la mentira para arrebatarle la verdad, lo haremos, para que la verdad, libre de adornos mentirosos, reluzca e ilumine la mente y el corazón del creyente verdadero.

Desde el punto de vista bíblico, la meditación espiritual se dirige hacia dos áreas: 1o. Hacia nuestro interior, 2o. Hacia el exterior: hacia las cosas creadas y su Creador: Dios. 

I. Mirando hacia nuestro interior. 

Dios nos manda a hacernos un examen interno y frecuente para descubrir cómo anda nuestra vida espiritual, nuestras relaciones con Dios y cómo estamos caminando en la vida cristiana. Para esto tenemos que detenernos, sustraernos de toda la vorágine de la vida y a solas con Él, con la ayuda del Espíritu Santo de Dios, a la luz de la Palabra y confrontados con nosotros mismos hacer un análisis sincero de nuestra situación y condición interior. Pablo exhorta a los Corintios diciendo: “Examinaos a vosotros mismo si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Cor. 13:5), y en 1 Corintios 11:31 les dice: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (Ver Hageo I:7 y 2:14-15).

En este acto de análisis interno, el factor humano está limitado, es inhábil, ignorante e inexperto. Es necesario, pues tener cuidado de no propasar los linderos establecidos por Dios. Es necesario también que entendamos que el mundo de la personalidad es insondable, profundo (Prov. 20:5; 20:27; Salm. 64:6) y solo Él puede traspasar los umbrales de nuestro “hombre interior” (1 Cor. 28:9). Sin embargo, el cristiano verdadero posee una regla de fe y conducta con la cual evaluarse en el análisis de su corazón. Esta regla es la Biblia, la Palabra infalible y eterna de Dios. El cristiano verdadero se confronta consigo mismo y con Dios, con la ayuda y la gracia del Espíritu Santo, pues reconoce perfectamente bien sus limitaciones y debilidades humanas. Conoce que “su corazón es engañoso”, y sabe y conoce la tendencia humana de justificar sus sentimientos y sus actos aún cuando sabe que son incorrectos. En este acto analítico de su “yo” sabe perfectamente que la sinceridad tiene que jugar un papel importante, pues no se confronta con un ente impersonal, ni con dioses falaces o imaginarios sino con el Dios que todo lo sabe y lo ve. Y en medio de su limitación e incapacidad clama y dice: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón, pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay camino de perversidad y guíame en camino eterno” (Sal. 129:23 comp. con vs. 6 y 7). 

El verdadero cristiano se autoanaliza ante Dios y, a la luz de Su Palabra, para buscar soluciones reales, verdaderas y concretas a sus problemas espirituales y en ese acto de meditación donde la mente y el corazón se unen, y puede tener un encuentro íntimo y profundo con Dios (Sal.63:5-8), podrá experimentar la dulzura y el regocijo de su comunión (Sal. 104:34) y el placer del corazón agradecido (Sal. 199:14).

En este acto de meditación espiritual, el papel que juega la Palabra escrita es importantísimo, pues es Dios el que hace las reglas y es Él como creador de nuestra personalidad el que fija los principios para regir la vida moral. Solamente, únicamente, exclusivamente, la Palabra de Dios, La Biblia, es la que puede arrojar luz suficiente dentro de las brumas de nuestro mundo interior para saber a qué altura estamos. Leamos lo que nuestro Creador, dueño y Señor dice: “Nunca se apartará de tu boca este Libro de la Ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito. Porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). En el salmo 1, el salmista reconoce la influencia de la Palabra cuando ella se constituye en la base de su meditación. Para el justo, “la ley de Jehová es su delicia en Su Ley medita de día y de noche” (v. 2). “Temblad y no pequéis, meditad en vuestro corazón, estando en vuestra cama y callad” (Sal. 4:4).

Este análisis interno puede traer dos resultados en la vida del hijo de Dios: 

Primero, puede traer satisfacción interna producida por el asentimiento que el Espíritu Santo pone en nuestro interior, la certeza de que estamos bien y a cuenta con Dios, pues nuestra conciencia no nos recrimina (Rom. 9:1).
Segundo, puede traer dolor y tristeza por la revelación de anormalidades espirituales, pero a la vez nos induce al arrepentimiento y encontrar en Dios perdón, paz y tranquilidad espiritual.

II. Mirando hacia afuera y hacia Dios. 

El ejercicio de la meditación cristiana se proyecta hacia afuera, cuando consideramos y reflexionamos, en comunión íntima con, Dios sobre todo lo creado por Él, pero también cuando consideramos lo que Él es y ha hecho. Cuando meditamos sobre las victorias que Él ha dado a su pueblo; sobre la bondad de Dios manifestada en el cuidado los suyos, en su amor manifestado en el Calvario; y allí, en el sitio de oración, en una actitud de adoración y comunión propiciada por nuestra profunda meditación en Él y donde se eclipsan todos los demás pensamientos, comenzamos a manifestar un espíritu de gratitud a Dios, un espíritu de reconocimiento por su misericordia; y por nuestros labios salen palabras que glorifican y magnifican a nuestro Dios (Sal. 77:1-15).

David era un hombre que había estado en constante contacto con la naturaleza. Su alma sensible de poeta se había recreado en las noches estrelladas y por el día en el sol que brillaba. Pastoreando las ovejas se recreaba en la belleza del paisaje: montes, montañas, árboles, ríos, flores, aves, fieras el campo, etc., etc., y ante la magnificencia de la creación en su conjunto policromo y multiforme... quedaba anonadado y cantaba: “Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste digo: ¿qué es el hombre para que tengas de él memoria, o el hijo del hombre para que lo visites? (Salmo 8) “Los cielos cuentan la obra de Dios y el firmamento anuncia a obra de tus manos”. (Salmo 19) y concluía: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, OH Jehová, roca mía y castillo mío” v. 14.

El salmista tenía bien claro los efectos de la meditación cuando decía: “Me acordé de los días antiguos, meditaba en todas tus obras; reflexionaba en la obra de tus manos. Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como tierra sedienta”. En medio de su angustia, aflicción y desconsuelo que producía un espíritu de queja y depresión extrema (Salmo 77:1 al 9) se dio cuenta de que el problema estaba en él: “Enfermedad mía es esta” (v. 10), pero descubrió también la fuente de la solución: meditación en oración y comunión íntima con Dios. Ahí, en el sitio de oración comenzó a reflexionar sobre todo lo que Dios hizo por su pueblo en el pasado, recordó la ayuda que Dios le prestó y eso fue lo suficiente para tomar la victoria y revertir toda su condición interna.

En medio de esa experiencia, no tuvo necesidad de visualizar “espíritus guías”, ni “espíritus bondadosos” que lo asistieran, ni tuvo que someterse a un proceso de auto convencimiento de que todo estaba bien. Allí no tuvo ni psicólogos y mucho menos parasicólogos, allí tampoco hubo pastores ni consejeros para hacerle sanidad interior; allí, en su mundo interior buscó la comunión con Dios que le hizo ver su condición y donde estaba la causa y la solución. Allí, en profunda comunión con él, sustraído del mundo material que le rodeaba, sin interferencias carnales ni espirituales, pagando el precio de la búsqueda de Dios hasta encontrarlo, pudo entender también el poder y cuidados de Dios para con él también. Él sabía que esto no era una cuestión de magia, ni de facilismo, ni de “haz por mí y yo nada hago”, esto era asunto de tiempo y de dedicación, pero tiempo de victoria y glorificación.


Para concluir, la meditación como ejercicio espiritual y parte del procedimiento bíblico para la adoración a Dios, ha sido establecido y ordenado por Él en beneficio espiritual de sus hijos y que sus hijos, dentro de ese marco de comunión íntima establecemos con nuestro Padre, podamos, ¿por qué no? encontrarnos con Él y Él con nosotros. 

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