La meditación es una actividad mental que se centra
en y examina con detalles los asuntos particulares del pensamiento. Es la forma
más sublime y exaltada de nuestros pensamientos. Según el Diccionario de la
Lengua, meditar es “someter a la reflexión; examen interior". Es también
una actividad espiritual. Como tal, es la forma más sublime y exaltada de la
oración y adoración. Es sobre este aspecto de la meditación que centro mi
reflexión.
Con respecto a la meditación como ejercicio
espiritual, mi hija, la profesora Alba Llanes, escribe:
“La postura bíblica en relación con la meditación
contrasta con posiciones filosóficas, religiosas y psicológicas relacionadas
con la meditación como ejercicio espiritual o psíquico, o como actividad
introspectiva tanto de conocimiento propio o de la Deidad. Dichas posiciones se
remiten, en forma general, a grandes sistemas de pensamiento: el misticismo y
la psicología.
"En relación con el misticismo, la meditación
adquiere diferentes significados. En el marco del misticismo oriental referido
a la mística de las religiones orientales como el budismo, el hinduismo y
afines, encontramos un término que, en nuestros días, se ha popularizado gracias
a la propaganda de la Nueva Era: “La Meditación Trascendental”. Desde una
perspectiva panteísta, el sistema místico oriental, sostiene que mediante esta
actividad espiritual podemos llegar a comunicaros con la Mente Universal de la
cual somos partes (ya que todo es mente, o Dios, o como quiera llamársele) y
llegar a la perfecta unidad con ella en una disolución de nuestra personalidad
individual mediante el arribo al estado del Nirvana.
"En otras formas del misticismo (musulmán,
judío, cristiano) la meditación forma parte de los ejercicios que llevan al
alma a unirse con Dios. Aunque en estos sistemas no son panteístas en sí,
porque hacen una diferencia entre Dios y sus criaturas, en el fondo subyace una
corriente pseudopanteística que lleva al concepto de la unión mística del alma
con su creador. La meditación en estos sistemas y, sobre todo, en la mística
cristiana, responde a un concepto que, proveniente de la filosofía griega
(aunque con fuertes orígenes orientales), penetró el cristianismo a través de
San Agustín: “conócete a ti mismo”. De acuerdo con esta postura, debido a que
en el interior de cada hombre hay una chispa divina, o Dios habita en el
interior de cada hombre, la mejor forma de conocer a Dios es conociéndose a sí
mismo. Esto quiere decir: penetrar introspectivamente en nuestro interior para
hallar allí a Dios. La pauta de conocimiento es enteramente subjetiva, no
depende, en última instancia, de la revelación natural y/o escritural, sino de
la revelación de Dios en nuestro interior. Concretamente, en el marco del
catolicismo-romano la actividad mística está pautada pues ninguna conclusión
subjetiva puede ir en contra de los dogmas establecidos, pero fuera de ello,
existe un margen muy amplio para caer en especulaciones que se alejan de la verdad
revelada.
"La introspección o auto análisis ha sido un
método característico de determinadas ramas de la Psicología Experimental, aún
antes de que Freud lo “canonizara”. De acuerdo con la postura -materialista o
espiritualista- que uno sostenga, el auto análisis estará encaminado, bien a
conocernos a nosotros mismos o a conocer a Dios o al mundo espiritual a través
de nuestra interioridad. En esta última postura, introspección sicológicas,
formas místicas de meditación y similares, se unen para conformar terapias de
la Sicología Transpersonal. En el ámbito psicológico, un término se maneja: “el
descenso a los infiernos”. Esto significa que ya sea para conocernos a nosotros
mismos, o para conocer a Dios o, aún para lograr la trascendencia personal en un
concepto místico, es necesario descender a los “abismos del alma”, a atravesar
el “infierno” de nuestro inconsciente, para encontrar a nuestro verdadero YO,
que puede ser Dios”.
Si usted hace una comparación entre lo que la
Biblia dice y los postulados de estos pseudo-sicólogos o pseudo-científicos, se
dará cuenta cuánto ha trabajado Satanás para robar y patentizar como suyos
algunos de los postulados bíblicos y, en otros casos, cómo la mentira que
enarbolan marchan paralelamente a la verdad, sin mezclarse con ella, pero eclipsándola.
Esta realidad ha hecho que algunos cristianos rechacen de plano todo lo que
concierne a la ciencia sicológica o antropológica, porque al tratar de aspectos
de la personalidad tales como la mente, la conciencia, los afectos, con todas
sus capacidades, piensan que estas cuestiones son creación de Satanás pero
desconocen que lo que ha hecho Satanás es utilizar lo creado por Dios, lo bueno
creado por Dios para darle mal uso. De esta forma Satanás logra su objetivo:
que el cristiano no se interese ni conozca qué es el ser humano, cuál es su
naturaleza espiritual y física. Es que Satanás sabe que cuando el hombre
desconoce que Dios es el creador de su cuerpo, pero también de una mente capaz de
conocerle, entenderle y creerle (Isa. 43:10), entonces ese hombre podrá ser fácilmente
manipulado. Aún más, ese ser humano no podrá resolver sus problemas
espirituales y entrar en una nueva relación, no antes experimentada, con su
Dios.
Como ya vimos anteriormente, la gran mentira de
Satanás es la llamada “meditación trascendental”, propugnada por los promotores
del movimiento de la Nueva Era. La “meditación trascendental” es una burda
imitación de la meditación bíblica y espiritual. Es una vereda que aparta del
camino para encontrarse con otra cosa menos con Dios. Es una “aspirina” para
curar un cáncer. Porque el Diablo hace creer a estas gentes incautas y sin Dios
que la práctica de la meditación trascendental” va a producir los mismos
efectos que la meditación espiritual y cristiana establecida dentro de los
parámetros establecidos por Dios, o sea encontrarse ellos mismos y encontrar a
Dios dentro de ellos. La frustración viene cuando no encuentran nada porque
Dios no está en ellos, que es todo lo contrario a lo que pasa con el hijo de
Dios en el cual sí mora el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿En qué difiere sustancialmente
la “meditación trascendental” de la meditación bíblica y espiritual? En que
mientras por medio de la “meditación trascendental” ellos buscan dentro de sí a
Dios y en su búsqueda nada encuentra porque Él no está, en el caso del
cristiano no tiene que buscarlo porque lo tiene ya. Mientras que la “meditación
trascendental” trata de buscar el contacto con la Mente Universal y nunca
llegan a alcanzarla; esa Mente, Dios nos ha dado “su mente” para que pensemos y
meditemos en Él (1 Co. 2:10-16). Mientras que por medio de la “meditación
trascendental” ellos tratan de buscar la armonía con el Universo y tal parece
que todo el Universo se rebela contra esa práctica; nuestra armonía interna
vino por medio de Jesucristo, quien nos reconcilió con el Dios del Universo.
Aunque llegase a trascender su meditación no encontrarán a Dios, porque a Dios
se encuentra por un solo medio: Jesús. Mientras que ellos excluyen a Jesucristo
de sus prácticas, le tienen aversión a la Iglesia, rechazan el evangelio; el
diablo hace de las suyas engañándolos y tratando de hacer el papel de Dios
(aspiración a la cual nunca ha renunciado) sumiéndolos en una serie de
experiencias extrasensoriales y paranormales produciendo una atadura de
carácter espiritual que solamente Jesucristo puede desatar. Y por último,
mientras que por medio de la “meditación trascendental” el hombre trata de
llegar a alcanzar un grado de divinidad para ponerse a la altura de ella, en la
meditación cristiana es Dios el que viene a visitarnos y comparte nuestra
humanidad para dar soluciones concretas.
Otras de las tácticas de Satanás es utilizar
ciertos términos que son netamente bíblicos y verdades bíblicas mezcladas con
el error para producir un sentimiento de temor a ser confundidos con los
hechiceros, parasicólogos, etc. y con perjuicio hacia todo incluyendo la
verdad. Sin embargo, pienso que esta es una postura cobarde ante el desafío de
Satanás. Nosotros sabemos que muchas verdades divinas han sido degeneradas por
el hombre sin Dios y a veces en el Nombre de Dios. Otras verdades han sido
sincretizadas con principios filosóficos diabólicos, pero es a nosotros a quien
se les plantea el desafío, primero de rescatar la verdad de Dios de adentro de
la maraña de mentiras que Satanás ha entretejido para confusión y perdición de
muchos y segundo, hacer relucir la verdad pura sin mezclas ni aditivos para
beneficio de todos aquellos desean realmente encontrar el camino de la paz, la
felicidad y la estabilidad y equilibrio físico y espiritual.
Por esta causa, y sin temor, queremos dejar bien
claro LA VERDAD DE DIOS, porque nosotros, los cristianos que de verdad amamos a
Dios “aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, porque las armas
de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de
fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios y llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia a
Cristo. (2 Cor. 10:3-5). Y si para esto se hace necesario ir hasta las
fronteras de la mentira para arrebatarle la verdad, lo haremos, para que la
verdad, libre de adornos mentirosos, reluzca e ilumine la mente y el corazón
del creyente verdadero.
Desde el punto de vista bíblico, la meditación
espiritual se dirige hacia dos áreas: 1o. Hacia nuestro interior, 2o. Hacia el
exterior: hacia las cosas creadas y su Creador: Dios.
I. Mirando
hacia nuestro interior.
Dios nos manda a hacernos un examen interno y
frecuente para descubrir cómo anda nuestra vida espiritual, nuestras relaciones
con Dios y cómo estamos caminando en la vida cristiana. Para esto tenemos que
detenernos, sustraernos de toda la vorágine de la vida y a solas con Él, con la
ayuda del Espíritu Santo de Dios, a la luz de la Palabra y confrontados con
nosotros mismos hacer un análisis sincero de nuestra situación y condición
interior. Pablo exhorta a los Corintios diciendo: “Examinaos a vosotros mismo si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.
¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos
que estéis reprobados?” (2 Cor. 13:5), y en 1 Corintios 11:31 les dice: “Por lo cual hay muchos enfermos y
debilitados entre vosotros y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a
nosotros mismos, no seríamos juzgados” (Ver Hageo I:7 y 2:14-15).
En este acto de análisis interno, el factor humano
está limitado, es inhábil, ignorante e inexperto. Es necesario, pues tener
cuidado de no propasar los linderos establecidos por Dios. Es necesario también
que entendamos que el mundo de la personalidad es insondable, profundo (Prov.
20:5; 20:27; Salm. 64:6) y solo Él puede traspasar los umbrales de nuestro
“hombre interior” (1 Cor. 28:9). Sin embargo, el cristiano verdadero posee una regla
de fe y conducta con la cual evaluarse en el análisis de su corazón. Esta regla
es la Biblia, la Palabra infalible y eterna de Dios. El cristiano verdadero se
confronta consigo mismo y con Dios, con la ayuda y la gracia del Espíritu
Santo, pues reconoce perfectamente bien sus limitaciones y debilidades humanas.
Conoce que “su corazón es engañoso”, y sabe y conoce la tendencia humana de
justificar sus sentimientos y sus actos aún cuando sabe que son incorrectos. En
este acto analítico de su “yo” sabe perfectamente que la sinceridad tiene que
jugar un papel importante, pues no se confronta con un ente impersonal, ni con
dioses falaces o imaginarios sino con el Dios que todo lo sabe y lo ve. Y en
medio de su limitación e incapacidad clama y dice: “Examíname, oh Dios, y
conoce mi corazón, pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay camino de
perversidad y guíame en camino eterno” (Sal. 129:23 comp. con vs. 6 y 7).
El verdadero cristiano se autoanaliza ante Dios y,
a la luz de Su Palabra, para buscar soluciones reales, verdaderas y concretas a
sus problemas espirituales y en ese acto de meditación donde la mente y el
corazón se unen, y puede tener un encuentro íntimo y profundo con Dios
(Sal.63:5-8), podrá experimentar la dulzura y el regocijo de su comunión (Sal.
104:34) y el placer del corazón agradecido (Sal. 199:14).
En este acto de meditación espiritual, el papel que
juega la Palabra escrita es importantísimo, pues es Dios el que hace las reglas
y es Él como creador de nuestra personalidad el que fija los principios para
regir la vida moral. Solamente, únicamente, exclusivamente, la Palabra de Dios,
La Biblia, es la que puede arrojar luz suficiente dentro de las brumas de
nuestro mundo interior para saber a qué altura estamos. Leamos lo que nuestro
Creador, dueño y Señor dice: “Nunca se
apartará de tu boca este Libro de la Ley, sino que de día y de noche meditarás
en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito. Porque
entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). En el
salmo 1, el salmista reconoce la influencia de la Palabra cuando ella se
constituye en la base de su meditación. Para el justo, “la ley de Jehová es su delicia en Su Ley medita de día y de noche”
(v. 2). “Temblad y no pequéis, meditad en
vuestro corazón, estando en vuestra cama y callad” (Sal. 4:4).
Este análisis interno puede traer dos resultados en
la vida del hijo de Dios:
Primero, puede traer satisfacción interna producida
por el asentimiento que el Espíritu Santo pone en nuestro interior, la certeza
de que estamos bien y a cuenta con Dios, pues nuestra conciencia no nos
recrimina (Rom. 9:1).
Segundo, puede traer dolor y tristeza por la
revelación de anormalidades espirituales, pero a la vez nos induce al
arrepentimiento y encontrar en Dios perdón, paz y tranquilidad espiritual.
II. Mirando
hacia afuera y hacia Dios.
El ejercicio de la meditación cristiana se proyecta
hacia afuera, cuando consideramos y reflexionamos, en comunión íntima con, Dios
sobre todo lo creado por Él, pero también cuando consideramos lo que Él es y ha
hecho. Cuando meditamos sobre las victorias que Él ha dado a su pueblo; sobre
la bondad de Dios manifestada en el cuidado los suyos, en su amor manifestado
en el Calvario; y allí, en el sitio de oración, en una actitud de adoración y
comunión propiciada por nuestra profunda meditación en Él y donde se eclipsan
todos los demás pensamientos, comenzamos a manifestar un espíritu de gratitud a
Dios, un espíritu de reconocimiento por su misericordia; y por nuestros labios
salen palabras que glorifican y magnifican a nuestro Dios (Sal. 77:1-15).
David era un hombre que había estado en constante
contacto con la naturaleza. Su alma sensible de poeta se había recreado en las
noches estrelladas y por el día en el sol que brillaba. Pastoreando las ovejas
se recreaba en la belleza del paisaje: montes, montañas, árboles, ríos, flores,
aves, fieras el campo, etc., etc., y ante la magnificencia de la creación en su
conjunto policromo y multiforme... quedaba anonadado y cantaba: “Cuando veo los
cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste digo: ¿qué
es el hombre para que tengas de él memoria, o el hijo del hombre para que lo
visites? (Salmo 8) “Los cielos cuentan la obra de Dios y el firmamento anuncia
a obra de tus manos”. (Salmo 19) y concluía: “Sean gratos los dichos de mi boca
y la meditación de mi corazón delante de ti, OH Jehová, roca mía y castillo
mío” v. 14.
El salmista tenía bien claro los efectos de la meditación cuando decía: “Me acordé de los días antiguos, meditaba en todas tus obras; reflexionaba en la obra de tus manos. Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como tierra sedienta”. En medio de su angustia, aflicción y desconsuelo
que producía un espíritu de queja y depresión extrema (Salmo 77:1 al 9) se dio
cuenta de que el problema estaba en él: “Enfermedad mía es esta” (v. 10), pero
descubrió también la fuente de la solución: meditación en oración y comunión
íntima con Dios. Ahí, en el sitio de oración comenzó a reflexionar sobre todo
lo que Dios hizo por su pueblo en el pasado, recordó la ayuda que Dios le
prestó y eso fue lo suficiente para tomar la victoria y revertir toda su
condición interna.
En medio de esa experiencia, no tuvo necesidad de
visualizar “espíritus guías”, ni “espíritus bondadosos” que lo asistieran, ni
tuvo que someterse a un proceso de auto convencimiento de que todo estaba bien.
Allí no tuvo ni psicólogos y mucho menos parasicólogos, allí tampoco hubo
pastores ni consejeros para hacerle sanidad interior; allí, en su mundo
interior buscó la comunión con Dios que le hizo ver su condición y donde estaba
la causa y la solución. Allí, en profunda comunión con él, sustraído del
mundo material que le rodeaba, sin interferencias carnales ni espirituales,
pagando el precio de la búsqueda de Dios hasta encontrarlo, pudo entender
también el poder y cuidados de Dios para con él también. Él sabía que esto
no era una cuestión de magia, ni de facilismo, ni de “haz por mí y yo nada
hago”, esto era asunto de tiempo y de dedicación, pero tiempo de victoria y
glorificación.
Para concluir, la meditación como ejercicio
espiritual y parte del procedimiento bíblico para la adoración a Dios, ha sido
establecido y ordenado por Él en beneficio espiritual de sus hijos y que sus
hijos, dentro de ese marco de comunión íntima establecemos con nuestro Padre,
podamos, ¿por qué no? encontrarnos con Él y Él con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario